jueves, 29 de mayo de 2025

Guía de estudio - 2º ESO, tema 6

 Vamos a preparar el examen del tema 6, "Poder Real y auge de las cortes". Para ello, tenemos una guía de estudio para ir empezando. Hay que buscar las respuestas en el libro e ir repasando antes del examen. ¡Ánimo!


Primera parte (descargar)


Segunda parte (descargar)



Axataf entregando las llaves de Sevilla a Fernando III

martes, 27 de mayo de 2025

Examen España en el siglo XX - 4º ESO

 Vamos a empezar a preparar el último examen del curso. Para ello, tendremos que buscar las respuestas correctas a las preguntas de la guía. Aquí está la primera parte. ¡Ánimo!


Guía de estudio:

Primera parte (descargar)


Segunda parte (descargar)


Tercera parte (descargar)


Cuarta parte (descargar)


Juan Carlos de Borbón y Francisco Franco

miércoles, 14 de mayo de 2025

2ª Guerra Mundial - Guía de estudio

     Ya podemos empezar a estudiar el examen de la 2ª Guerra Mundial. Para ayudar en su preparación, he realizado una guía de estudio en PDF que seguro que hará disfrutar a todo mi alumnado mientras aprende los datos más básicos sobre la 2ª Guerra Mundial buscando las respuestas en el libro o en otras fuentes. ¡Ánimo!

Guía de estudio (descarga)




viernes, 9 de mayo de 2025

El Día de la Victoria: 8 de mayo de 1945


    Para 1945, la Alemania nazi se encontraba en una situación militar insostenible. Tras el fracaso de la Ofensiva de las Ardenas en diciembre de 1944, el Ejército Rojo avanzaba implacablemente desde el este mientras que las fuerzas aliadas occidentales progresaban desde el oeste. El 16 de abril de 1945 comenzó la Batalla de Berlín, donde más de 2.5 millones de soldados soviéticos, comandados por los mariscales Georgui Zhúkov, Iván Kónev y Konstantin Rokossovski, se enfrentaron a las últimas reservas de la Wehrmacht y las SS. Esta operación involucró a aproximadamente 6,250 tanques soviéticos y 7,500 aeronaves, lo que la convirtió en una de las mayores concentraciones de poder de fuego en la historia militar.

    El 30 de abril de 1945, Adolf Hitler se suicidó en su búnker en Berlín junto a Eva Braun, tras haber contraído matrimonio el día anterior. Su cuerpo fue quemado en el jardín de la Cancillería del Reich por sus ayudantes, siguiendo las instrucciones que había dejado. El almirante Karl Dönitz fue nombrado su sucesor como Presidente del Reich y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, pero la situación militar era irreversible.

    El 2 de mayo, el general Helmuth Weidling, comandante de la defensa de Berlín, se rindió a las fuerzas soviéticas. La guarnición de 70,000 defensores que quedaban en la ciudad no pudo continuar la resistencia ante el avance del Ejército Rojo. Los combates continuaron en otros frentes hasta la rendición definitiva. Durante estos últimos días, la desesperación llevó a numerosos oficiales alemanes y ciudadanos a suicidarse, incluyendo figuras como Joseph Goebbels y su familia.

    El proceso de rendición se desarrolló en dos fases distintas. La primera tuvo lugar el 7 de mayo cuando, a las 02:41 horas, en el Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas en Reims (Francia), el general Alfred Jodl firmó la rendición incondicional de todas las fuerzas alemanas ante el general Walter Bedell Smith, representante del general Dwight D. Eisenhower, con el general soviético Ivan Susloparov como testigo. El documento especificaba que todas las hostilidades cesarían a las 23:01 horas del 8 de mayo (hora de Europa Central).

    La segunda capitulación se realizó el 8 de mayo. Por insistencia de Stalin, quien consideraba insuficiente la ceremonia de Reims al no haber sido presidida por un militar de alto rango soviético, se realizó una segunda firma oficial en Karlshorst, un barrio de Berlín. El mariscal Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de las Fuerzas Armadas alemanas, junto con los representantes de la Marina (almirante Hans-Georg von Friedeburg) y la Luftwaffe (general Hans-Jürgen Stumpff), firmaron la rendición ante el mariscal Gueorgui Zhúkov, en presencia del mariscal del aire británico Arthur Tedder y el general francés Jean de Lattre de Tassigny.

El 8 de mayo fue proclamado oficialmente como "Día de la Victoria en Europa" (V-E Day) en los países occidentales. Las celebraciones fueron masivas. En Londres, más de un millón de personas se congregaron en Trafalgar Square y frente al Palacio de Buckingham, donde el rey Jorge VI y la reina consorte Elizabeth aparecieron ocho veces en el balcón junto con Winston Churchill. En Nueva York, Times Square reunió a multitudes celebrando el fin de la guerra, con escenas de júbilo espontáneo capturadas en fotografías icónicas como la famosa imagen de Alfred Eisenstaedt "V-J Day in Times Square". En París, la gente se volcó a los Campos Elíseos celebrando el fin de la ocupación alemana que había durado casi cinco años.

    En Moscú, sin embargo, la celebración oficial se realizaría el 9 de mayo, debido a la diferencia horaria y a que la firma en Berlín se terminó entrada la noche. Esta diferencia de fechas persiste hasta la actualidad, con Rusia y varios países post-soviéticos celebrando el "Día de la Victoria" el 9 de mayo. El 24 de junio de 1945, se llevó a cabo en la Plaza Roja el histórico Desfile de la Victoria, presidido por el mariscal Gueorgui Zhúkov.

El fin de la guerra en Europa tuvo profundas repercusiones a nivel mundial. Se calcularon entre 35 y 60 millones de muertos en total, de los cuales aproximadamente 25 millones correspondían a la Unión Soviética (incluyendo 8.7 millones de militares y más de 16 millones de civiles). Aproximadamente 6 millones de judíos fueron asesinados sistemáticamente por el régimen nazi, junto con otros grupos como gitanos, homosexuales, discapacitados y opositores políticos. La liberación de los campos de concentración y exterminio reveló al mundo la magnitud de estos crímenes sin precedentes. Al finalizar la guerra, Europa contaba con más de 40 millones de refugiados y personas desplazadas, el mayor movimiento poblacional de la historia hasta ese momento.

    Grandes áreas de Europa central y oriental quedaron devastadas. Se estima que en la Unión Soviética fueron destruidas unas 1,700 ciudades y pueblos, 70,000 aldeas, 31,000 plantas industriales y 84,000 escuelas. Entre noviembre de 1945 y octubre de 1946 se celebraron los juicios contra los principales criminales de guerra nazis, estableciendo precedentes importantes en el derecho internacional humanitario.

    El final de la Segunda Guerra Mundial transformó radicalmente el equilibrio global de poder. Reino Unido y Francia, aunque victoriosas, quedaron debilitadas económica y militarmente, perdiendo progresivamente sus imperios coloniales. Estados Unidos y la Unión Soviética emergieron como las dos grandes potencias mundiales, dividiendo Europa en esferas de influencia. El 26 de junio de 1945, representantes de 50 países firmaron la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco, estableciendo un nuevo sistema internacional para prevenir futuros conflictos globales.

    Alemania y Austria fueron divididos en cuatro zonas de ocupación (estadounidense, británica, francesa y soviética), estableciendo las bases para la futura división de Alemania que duraría hasta 1990. En 1947, Estados Unidos lanzó el Programa de Recuperación Europea, conocido como Plan Marshall, destinando 13,000 millones de dólares (equivalentes a unos 150,000 millones actuales) para la reconstrucción económica de Europa Occidental. Las tensiones entre los antiguos aliados comenzaron casi inmediatamente después de la victoria, estableciendo un nuevo conflicto global que dominaría la segunda mitad del siglo XX.

    La forma de conmemorar el Día de la Victoria ha evolucionado significativamente con el tiempo. En Europa Occidental, las celebraciones se han vuelto más sobrias y reflexivas con el paso de las décadas, enfocándose en la reconciliación y la paz. En Rusia y otros países post-soviéticos, el 9 de mayo sigue siendo una fecha de enorme importancia nacional, con grandes desfiles militares, especialmente en Moscú, donde cada año se realiza un despliegue de poder militar en la Plaza Roja. En Alemania, el 8 de mayo fue durante mucho tiempo considerado como el "día de la derrota", aunque en 1985 el presidente Richard von Weizsäcker lo redefinió como el "día de la liberación" del nazismo.

    El Día de la Victoria representa un momento crucial en la historiografía mundial por varias razones. Marca el fin del nazismo como régimen político y como amenaza militar. Simboliza la transición del sistema internacional multipolar previo a la guerra hacia el sistema bipolar de la Guerra Fría. Establece el comienzo de una nueva era en la historia europea, caracterizada por la búsqueda de integración y cooperación para evitar futuros conflictos. Representa un punto de inflexión en la concepción de los derechos humanos y el derecho internacional, especialmente tras revelarse la magnitud de los crímenes nazis.

    Las perspectivas sobre el Día de la Victoria han diferido significativamente según las tradiciones historiográficas nacionales. La historiografía soviética y posteriormente la rusa han enfatizado el papel decisivo del Ejército Rojo en la derrota de la Alemania nazi, subrayando el enorme sacrificio humano del pueblo soviético. La historiografía anglosajona tradicionalmente ha destacado el papel de las campañas occidentales, como el Desembarco de Normandía, aunque en décadas recientes ha reconocido más ampliamente la importancia del Frente Oriental. La historiografía alemana ha evolucionado desde una visión inicial que veía el final de la guerra principalmente como una catástrofe nacional hacia una interpretación que enfatiza la liberación del totalitarismo y el inicio de la reconciliación europea.

    El Día de la Victoria sigue siendo una fecha de enorme importancia simbólica. Sirve como recordatorio permanente de los horrores de la guerra y del totalitarismo. Representa un símbolo de la cooperación internacional que fue necesaria para derrotar al nazismo. Funciona como referente histórico para la construcción de la identidad nacional en muchos países, especialmente en Rusia, donde la "Gran Guerra Patria" sigue siendo un elemento central de la memoria colectiva. Proporciona lecciones históricas sobre las consecuencias de ideologías extremistas, el nacionalismo radical y el antisemitismo.

    El Día de la Victoria continúa siendo así no solo una conmemoración histórica, sino también un hito fundamental en la construcción de la memoria colectiva europea y mundial, un recordatorio del precio de la paz y un llamado a la vigilancia constante contra el resurgimiento de ideologías totalitarias.




sábado, 3 de mayo de 2025

Preguntas de base para el estudio - Examen tema 5 "Los reinos cristianos peninsulares"

    La semana que viene realizaremos el examen del tema 5 en 2º de ESO. Aunque este examen estaba programado desde antes de las vacaciones de Semana Santa, voy a facilitar un poco más su preparación proporcionando las preguntas de base que voy a utilizar para componer el test que haremos como examen, que contará con 30 preguntas. 

Para prepararlo, habrá que buscar las respuestas en el libro o en fuentes externas. Tras ello, hay que estudiarlas.

¡Ánimo!

Preguntas base (descargar)





viernes, 2 de mayo de 2025

La Segunda Guerra Mundial - 4º ESO

Me complace compartir el fruto de varios ratos de trabajo didáctico sobre la Segunda Guerra Mundial, un periodo histórico que ha marcado profundamente el curso de nuestra civilización contemporánea.

En esta entrada, pongo a su disposición tres documentos complementarios que he elaborado con dedicación para ofrecer una visión integral de este trascendental conflicto:

1. Presentación visual
He preparado una presentación de diapositivas que recoge los momentos decisivos, personajes principales y escenarios fundamentales del conflicto. Este recurso visual les permitirá obtener una comprensión general de los acontecimientos más relevantes de manera clara y ordenada.

2. Ensayo detallado: "La Segunda Guerra Mundial: Causas, Desarrollo y Consecuencias"
Para quienes deseen profundizar en el tema, ofrezco un texto completo de aproximadamente 6000 palabras donde analizo con rigor los antecedentes históricos, el desarrollo de las operaciones militares en los distintos frentes, el impacto humano y las transformaciones sociales y geopolíticas que siguieron al conflicto. He procurado combinar el rigor histórico con una narrativa accesible.

3. Esquema estructurado
Como complemento práctico, incluyo un esquema que sintetiza y organiza los contenidos del ensayo, facilitando la consulta por temas específicos y sirviendo como guía de referencia rápida.


Presentación

Redacción

Esquema




domingo, 27 de abril de 2025

Geología de la ciudad de Alicante

 Comparto este interesante vídeo sobre la geología de la ciudad de Alicante, realizado por la Universidad de Alicante con la colaboración del Ayuntamiento de Alicante. 




martes, 22 de abril de 2025

La Edad Media - Recursos para 2º ESO

Se está acabando el curso. El tiempo pasa rápido, tanto el personal como el histórico. Se acumulan las experiencias y cada vez es más difícil recordarlas todas, ordenarlas, compararlas... La memoria se encallece. Por eso tenemos que esforzarnos por repasarla con precisión y espíritu crítico. ¿Qué debemos hacer? ¿Qué hicimos mal? ¿En qué acertamos?

Da mucha pereza hacer eso si no nos nace del pecho. Pero es nuestra obligación. ¿Quién quiere recordar lo gris, lo insustancial? Donde se encuentre la respuesta a nuestras preguntas estará la clave de la recuperación de lo éticamente deseable. ¿Se entiende? Si no se entiende, no pasa nada. Con el tiempo se entenderá. 

Aquí comparto unas presentaciones que pueden servir para abrir el interés por el pasado, nuestro pasado.


Estas presentaciones estás realizadas partiendo de los temas del manual de Vicens Vives, y con la nunca suficientemente agradecida ayuda de Claude (IA de Anthropic) y el editor de presentaciones de OneDrive de Microsoft. Tanto es así que le he pedido a Claude que prepare una ficción para quien le guste leer, tanto en valencià como en castellano.





Després de la conquesta de Balansiya

    El sol del capvespre banyava les muralles recentment conquistades de València amb un resplendor coure. Els últims raigs es filtraven entre els arbres fruiters, projectant ombres allargades sobre els camps acabats de llaurar. Per un sender que serpentejava entre horts de tarongers caminaven dos homes, les siluetes dels quals es retallaven contra l'horitzó rogenc.

    Alonso, el més alt i corpulent, avançava amb pas ferm, amb la seguretat de qui ha passat gran part de la seua vida empunyant una espasa. La seua barba entrecana i el seu rostre curtit pel sol i les batalles contrastaven amb l'expressió més juvenil i expectant del seu company. Es va detindre per a assenyalar cap a l'horitzó amb una mà encallida primer per l'acer i ara per l'arada.

    —Bernat, has vist com han repartit les terres al sud del riu? —preguntà Alonso—. Diuen que el rei Jaume ha sigut generós amb els seus cavallers.

    Bernat, més jove i prim, va entretancar els ulls per a protegir-se del resplendor. En la seua mirada inquieta brillava la fascinació de qui descobreix un món nou.

    —Sí, he vist els pergamins de repartició —respongué Alonso amb gravetat, mesurant cada paraula com solia fer—. Terres fèrtils que abans pertanyien a famílies musulmanes ara són nostres. Tinc quaranta fanecades prop de la séquia principal, on abans hi havia horts de tarongers.

    Va pensar en les cares d'aquells a qui havien desplaçat, en els ulls baixos i les boques silencioses quan passaven al seu costat. Va apartar ràpidament eixa imatge de la seua ment. La guerra té les seues regles, es va dir, com tantes vegades abans.

    —Jo vaig rebre menys, però no em queixe —respongué Bernat, passant-se la mà pel cabell castany amb un gest nerviós que el caracteritzava—. Vint fanecades són suficients per a un home que a penes sabia llaurar la terra pedregosa d'Aragó. Ací tot sembla florir només mirant-ho.

    S'ajupí per a agafar un grapat de terra, deixant-la escórrer entre els seus dits amb reverència, com si fora or. Era fosca, humida, plena de vida. Tan diferent de la terra rogenca i seca que havia conegut en la seua infantesa.

    —És veritat —va concedir Alonso—. Els musulmans han creat un sistema de regadiu que sembla obra de mags. L'aigua corre per totes parts, nodrint camps que mai coneixen la sequera.

    Una brisa suau va portar l'olor de flor de taronger des dels horts propers, barrejat amb l'aroma de pa acabat de fornejar que eixia d'una alqueria propera. Alonso va respirar profundament, encara sorprés per la riquesa de sensacions d'aquesta nova terra que els havia tocat en sort després d'anys de campanyes militars.

    Bernat va baixar la veu, amb certa inquietud en la seua mirada:

    —No obstant això, no tots estan contents amb la nostra arribada. Ahir vaig passar pel barri mudèjar i els ulls que m'observaven des de les finestres estaven plens de ressentiment.

    Va recordar el silenci sobtat que s'havia fet en veure'l passar, les mares que havien cridat als seus fills per a ficar-los a casa, com si ell fora una amenaça. El record li va provocar un calfred que va recórrer la seua esquena malgrat la calor del capvespre valencià.

    Alonso va fruncir el ceny i es va creuar de braços, adoptant inconscientment una postura defensiva.

    —No pot ser d'una altra manera, Bernat. Els hem arrabassat el que per generacions van considerar seu. Ara han de conformar-se amb ser jornalers en terres que abans posseïen.

    Van passar al costat d'un grup de musulmans que tornaven del treball als camps. Van baixar la mirada en creuar-se amb ells, però Alonso va notar la tensió en els seus muscles, l'orgull ferit però no trencat. Un d'ells, un home major de mans nuoses i esquena encorbada per anys de treball, li va sostindre breument la mirada abans d'inclinar el cap en senyal de forçat respecte.

    —He contractat a dos d'ells perquè m'ensenyen a cultivar aquestes terres —va dir Bernat amb entusiasme, el seu rostre il·luminant-se en parlar de les tècniques agrícoles que estava aprenent—. Saben coses que nosaltres mai imaginaríem sobre el reg i els cultius.

    —Vés amb compte —va advertir Alonso, entrenant els ulls amb suspicàcia—. Diuen que no són de fiar... que continuen enyorant els seus antics senyors i esperen el dia en què puguen recuperar el perdut.

    La seua mà es va moure instintivament cap a on solia portar l'espasa, un gest automàtic després d'anys de combat. La desconfiança era el seu escut, com sempre ho havia sigut des que, sent a penes un adolescent, es va unir a les hosts del rei.

    Bernat va negar amb el cap, defensant la seua postura amb la vehemència pròpia del seu caràcter:

    —No tots són així. Ibrahim, un dels meus jornalers, sembla resignat. M'ha ensenyat com funciona cada séquia, com plantar segons les estacions. Sense ell, la meua collita es perdria.

    Va recordar la paciència amb què el vell musulmà li havia explicat el funcionament de les sénies, parlant a poc a poc en una barreja d'àrab i romanç per a fer-se entendre, dibuixant en la terra per a il·lustrar conceptes que Bernat mai havia imaginat.

    L'expressió d'Alonso es va suavitzar lleugerament.

    —Pot ser que tingues raó. Però no oblides que som estranys en aquesta terra. El rei pot haver-nos donat títols de propietat, però els ulls dels vençuts ens recorden cada dia que vam prendre el que era seu.

    Un bandada d'ocells va alçar el vol des d'una olivera propera, sobresaltant-los momentàniament. Alonso els va seguir amb la mirada, pensant en com de fàcil era per a ells traspassar fronteres, en com no coneixien de reis ni conquestes.

    Bernat va canviar de tema mentre s'endinsaven en un camí flanquejat per moreres, les fulles de les quals sussurraven amb la brisa vespertina.

    —Has estat a la jueria? Sembla que ells han trobat acomodament més fàcilment.

    Alonso va esbossar un somriure sardònic que a penes es distingia sota la seua espessa barba.

    —Els jueus sempre s'adapten, Bernat. Serveixen a qui ostenta el poder. Amb els musulmans eren metges i consellers; ara ho són amb nosaltres. A més, parlen la nostra llengua millor que nosaltres mateixos. L'altre dia un m'explicava els avantatges d'un contracte d'aparceria amb tanta eloqüència que quasi em convenç.

    Va recordar al mercader jueu, amb les seues mans expressives i la seua argumentació persuasiva, i com havia hagut d'esforçar-se per a no deixar-se portar per aquella fàcil de paraula tan ben cultivada. Al final havia decidit consultar-ho amb el frare abans de signar res, recelós sempre dels tractes que no entenia completament.

    —He sentit que el rei els ha concedit protecció especial —va comentar Bernat amb genuïna curiositat, ajustant el seu pas per a no trepitjar un bassal que reflectia el cel cada vegada més fosc—. Diu que són necessaris per al comerç i les finances del nou regne.

    —Sí —va assentir Alonso mentre esquivava una carreta carregada de farratge que venia en direcció contrària—, però també els ha confinat al seu barri. No poden viure entre nosaltres com abans feien amb els musulmans. Tot canvia, amic meu.

    Es van detindre un moment per a deixar passar uns monjos dominics que caminaven en processó, els seus cants llatins elevant-se en l'aire de la vesprada com un recordatori de la nova fe dominant. L'encens que portaven deixava una estela aromàtica que contrastava amb les olors terroses del camp.

    Quan els religiosos es van allunyar, Bernat va parlar amb veu més baixa i vulnerable:

    —De vegades em pregunte si hem fet bé en vindre. A l'Aragó la vida era dura, però coneguda. Ací tot és estrany: l'aire fa olor diferent, la terra és distinta, i les gents ens miren com a intrusos.

    Va mirar cap a les muntanyes llunyanes, en direcció a la seua terra natal, amb una nostàlgia que no podia ocultar completament. Va pensar en la seua mare anciana que havia decidit quedar-se allí, massa vella ja per a emprendre nous començaments. Es va preguntar si tornaria a veure-la alguna vegada.

    Alonso va posar una mà en el muscle del seu amic, amb inusual gentilesa.

    —És natural tindre por al canvi, Bernat. Però pensa en els teus fills. Ací tindran oportunitats que mai haurien somiat a les nostres muntanyes. Aprendran a cultivar aquesta terra generosa, potser aprenguen oficis nous a la ciutat.

    Per un moment, el rostre curtit d'Alonso es va suavitzar, permetent entreveure a l'home que podria haver sigut en temps de pau, aquell que somniava abans que la guerra modelara el seu caràcter i endurira el seu cor.

    —Tens raó —va sospirar Bernat, amb una barreja d'esperança i temor—, però de vegades em desperte enmig de la nit i em pregunte si algun dia pertanyerem veritablement a aquest lloc. O si sempre serem els conquistadors, els estrangers.

    El cel començava a tenyir-se de porpra i les primeres estreles apareixien en l'horitzó. De les cases properes eixia el murmuri de converses i el plor ocasional d'algun xiquet. Una dona cantava una cançó de bressol en àrab, la seua veu malenconiosa flotant en l'aire com un recordatori del que havia sigut aquella terra abans de la seua arribada.

    —El temps ho canvia tot —va dir Alonso amb una saviesa que va sorprendre al seu propi interlocutor—. Els nostres fills ja no coneixeran una altra pàtria que aquesta. Parlaran amb els mudèjars, comerciaran amb els jueus, i amb el temps tots recordaran la conquesta com una cosa llunyana, una història per a contar vora el foc.

    La seua mirada es va perdre en l'horitzó, com si poguera veure eixe futur llunyà que descrivia, generacions que naixerien i moririen en aquesta terra, fins que les ferides de la guerra quedaren sepultades sota capes de temps compartit.

    —Això espere —va respondre Bernat amb sincera preocupació en la seua veu—. Perquè de vegades, quan passe al costat d'un antic amo d'aquestes terres i veig el dolor en els seus ulls, sent el pes del que hem fet.

    Es va estremir lleugerament, no per la fresca del capvespre, sinó pel pes de la responsabilitat moral que acabava d'expressar. No era un pensament típic d'un conquistador, i per això mai l'havia compartit amb ningú més que amb Alonso, qui malgrat la seua duresa exterior, entenia les complexitats del cor humà.

    —No vam ser nosaltres els qui vam decidir aquesta guerra, Bernat —va respondre Alonso amb fermesa, recuperant la seua postura habitual, la del guerrer que sap el que ha de fer-se—. Vam ser peons en el tauler del rei. Ara només podem intentar construir alguna cosa bona sobre les cendres del que vam destruir.

    Una campana va sonar a la llunyania, cridant a l'oració vespertina. Al mateix temps, des del minaret d'una mesquita encara no convertida en església, es va elevar la veu del muetzí cridant als fidels musulmans. Els dos sons, tan diferents però igualment devots, s'entrellaçaven en l'aire del capvespre com un símbol de la complexa realitat que estaven vivint.

    —Creus que algun dia hi haurà pau veritable entre tots? —va preguntar Bernat, observant com alguns camperols es senyaven en escoltar la crida musulmana, mentre altres es dirigien discretament cap a la mesquita.

    Alonso va guardar silenci durant llarg temps, sospesant la pregunta. Les ombres s'allargaven i les primeres cuques de llum començaven a parpellejar entre els arbustos.

    —No ho sé —va respondre finalment, mesurant les seues paraules—. Però si tractem als nostres jornalers mudèjars amb justícia, si respectem els seus costums mentre no contradiguen la nostra fe, potser amb el temps les ferides cicatritzen. No podem desfer la conquesta, però podem decidir quin tipus de senyors serem.

    La foscor començava a embolicar el paisatge, però els ulls d'Alonso brillaven amb una determinació que Bernat havia vist abans en les batalles. Era la mirada d'un home que, havent sobreviscut al pitjor, s'atrevia a esperar el millor.

    Bernat es va detindre en el camí, prenent una sobtada resolució.

    —Demà començaré a reconstruir la xicoteta mesquita que hi ha a les meues terres. No perquè tornen a resar al seu déu, sinó per a convertir-la en una ermita on tots puguen trobar consol. Potser siga un primer pas.

    Es va sorprendre a si mateix per la decisió espontània, però va saber que era el correcte quan les paraules van eixir de la seua boca. Ara que era senyor de terres, tenia responsabilitats que anaven més enllà d'assegurar bones collites.

    Alonso el va mirar amb una barreja de respecte i sorpresa, un lleu somriure assomant sota la seua barba entrecana.

    —És un bon començament, amic meu. Un bon començament.

    Mentre les primeres llums s'encenien a les cases de la ciutat reconquerida, il·luminant finestres com estreles caigudes, els dos homes van seguir el seu camí, les seues siluetes fonent-se gradualment amb la nit de València, una terra que encara no era completament seua, però que potser algun dia ho seria.


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Tras la conquista de Balansiya

    El sol del atardecer bañaba las murallas recién conquistadas de Valencia con un resplandor cobrizo. Los últimos rayos se filtraban entre los árboles frutales, proyectando sombras alargadas sobre los campos recién labrados. Por un sendero que serpenteaba entre huertos de naranjos caminaban dos hombres, cuyas siluetas se recortaban contra el horizonte rojizo.

    Alonso, el más alto y corpulento, avanzaba con paso firme, con la seguridad de quien ha pasado gran parte de su vida empuñando una espada. Su barba entrecana y su rostro curtido por el sol y las batallas contrastaban con la expresión más juvenil y expectante de su compañero. Se detuvo para señalar hacia el horizonte con una mano encallecida primero por el acero y ahora por el arado.

    —Bernat, ¿has visto cómo han repartido las tierras al sur del río? —preguntó Alonso—. Dicen que el rey Jaime ha sido generoso con sus caballeros.

Bernat, más joven y delgado, entornó los ojos para protegerse del resplandor. En su mirada inquieta brillaba la fascinación de quien descubre un mundo nuevo.

    —Sí, he visto los pergaminos de repartición —respondió Alonso con gravedad, midiendo cada palabra como solía hacer—. Tierras fértiles que antes pertenecían a familias musulmanas ahora son nuestras. Tengo cuarenta hanegadas cerca de la acequia principal, donde antes había huertos de naranjos.

    Pensó en las caras de aquellos a quienes habían desplazado, en los ojos bajos y las bocas silenciosas cuando pasaban junto a ellos. Apartó rápidamente esa imagen de su mente. La guerra tiene sus reglas, se dijo, como tantas veces antes.

    —Yo recibí menos, pero no me quejo —respondió Bernat, pasándose la mano por el pelo castaño con un gesto nervioso que le caracterizaba—. Veinte hanegadas son suficientes para un hombre que apenas sabía labrar la tierra pedregosa de Aragón. Aquí todo parece florecer con solo mirarlo.

Se agachó para tomar un puñado de tierra, dejándola escurrir entre sus dedos con reverencia, como si fuera oro. Era oscura, húmeda, llena de vida. Tan diferente de la tierra rojiza y seca que había conocido en su infancia.

    —Es verdad —concedió Alonso—. Los musulmanes han creado un sistema de regadío que parece obra de magos. El agua corre por todas partes, nutriendo campos que nunca conocen la sequía.

    Una brisa suave trajo el olor de azahar desde los huertos cercanos, mezclado con el aroma de pan recién horneado que salía de una alquería cercana. Alonso respiró profundamente, aún sorprendido por la riqueza de sensaciones de esta nueva tierra que les había tocado en suerte tras años de campañas militares.

    Bernat bajó la voz, con cierta inquietud en su mirada:

    —Sin embargo, no todos están contentos con nuestra llegada. Ayer pasé por el barrio mudéjar y los ojos que me observaban desde las ventanas estaban llenos de resentimiento.

    Recordó el silencio repentino que se había hecho al verle pasar, las madres que habían llamado a sus hijos para meterlos en casa, como si él fuera una amenaza. El recuerdo le provocó un escalofrío que recorrió su espalda a pesar del calor del atardecer valenciano.

    Alonso frunció el ceño y se cruzó de brazos, adoptando inconscientemente una postura defensiva.

    —No puede ser de otra manera, Bernat. Les hemos arrebatado lo que por generaciones consideraron suyo. Ahora deben conformarse con ser jornaleros en tierras que antes poseían.

    Pasaron junto a un grupo de musulmanes que regresaban del trabajo en los campos. Bajaron la mirada al cruzarse con ellos, pero Alonso notó la tensión en sus hombros, el orgullo herido pero no quebrado. Uno de ellos, un hombre mayor de manos nudosas y espalda encorvada por años de trabajo, le sostuvo brevemente la mirada antes de inclinar la cabeza en señal de forzado respeto.

    —He contratado a dos de ellos para que me enseñen a cultivar estas tierras —dijo Bernat con entusiasmo, su rostro iluminándose al hablar de las técnicas agrícolas que estaba aprendiendo—. Saben cosas que nosotros jamás imaginaríamos sobre el riego y los cultivos.

    —Ten cuidado —advirtió Alonso, entrecerrando los ojos con suspicacia—. Dicen que no son de fiar... que siguen añorando a sus antiguos señores y esperan el día en que puedan recuperar lo perdido.

    Su mano se movió instintivamente hacia donde solía llevar la espada, un gesto automático tras años de combate. La desconfianza era su escudo, como siempre lo había sido desde que, siendo apenas un adolescente, se unió a las huestes del rey.

    Bernat negó con la cabeza, defendiendo su postura con la vehemencia propia de su carácter:

    —No todos son así. Ibrahim, uno de mis jornaleros, parece resignado. Me ha enseñado cómo funciona cada acequia, cómo plantar según las estaciones. Sin él, mi cosecha se perdería.

    Recordó la paciencia con que el viejo musulmán le había explicado el funcionamiento de las norias, hablando despacio en una mezcla de árabe y romance para hacerse entender, dibujando en la tierra para ilustrar conceptos que Bernat jamás había imaginado.

    La expresión de Alonso se suavizó ligeramente.

    —Puede que tengas razón. Pero no olvides que somos extraños en esta tierra. El rey puede habernos dado títulos de propiedad, pero los ojos de los vencidos nos recuerdan cada día que tomamos lo que era suyo.

    Una bandada de pájaros levantó el vuelo desde un olivo cercano, sobresaltándolos momentáneamente. Alonso los siguió con la mirada, pensando en lo fácil que era para ellos traspasar fronteras, en cómo no conocían de reyes ni conquistas.

    Bernat cambió de tema mientras se adentraban en un camino flanqueado por moreras, cuyas hojas susurraban con la brisa vespertina.

    —¿Has estado en la judería? Parece que ellos han encontrado acomodo más fácilmente.

    Alonso esbozó una sonrisa sardónica que apenas se distinguía bajo su espesa barba.

    —Los judíos siempre se adaptan, Bernat. Sirven a quien ostenta el poder. Con los musulmanes eran médicos y consejeros; ahora lo son con nosotros. Además, hablan nuestra lengua mejor que nosotros mismos. El otro día uno me explicaba las ventajas de un contrato de aparcería con tanta elocuencia que casi me convence.

    Recordó al mercader judío, con sus manos expresivas y su argumentación persuasiva, y cómo había tenido que esforzarse para no dejarse llevar por aquella labia tan bien cultivada. Al final había decidido consultarlo con el fraile antes de firmar nada, receloso siempre de los tratos que no entendía completamente.

    —He oído que el rey les ha concedido protección especial —comentó Bernat con genuina curiosidad, ajustando su paso para no pisar un charco que reflejaba el cielo cada vez más oscuro—. Dice que son necesarios para el comercio y las finanzas del nuevo reino.

    —Sí —asintió Alonso mientras esquivaba una carreta cargada de heno que venía en dirección contraria—, pero también les ha confinado en su barrio. No pueden vivir entre nosotros como antes hacían con los musulmanes. Todo cambia, amigo mío.

    Se detuvieron un momento para dejar pasar a unos monjes dominicos que caminaban en procesión, sus cantos latinos elevándose en el aire de la tarde como un recordatorio de la nueva fe dominante. El incienso que portaban dejaba una estela aromática que contrastaba con los olores terrosos del campo.

    Cuando los religiosos se alejaron, Bernat habló con voz más baja y vulnerable:

    —A veces me pregunto si hemos hecho bien en venir. En Aragón la vida era dura, pero conocida. Aquí todo es extraño: el aire huele diferente, la tierra es distinta, y las gentes nos miran como a intrusos.

    Miró hacia las montañas lejanas, en dirección a su tierra natal, con una nostalgia que no podía ocultar completamente. Pensó en su madre anciana que había decidido quedarse allí, demasiado vieja ya para emprender nuevos comienzos. Se preguntó si volvería a verla alguna vez.

    Alonso puso una mano en el hombro de su amigo, con inusual gentileza.

    —Es natural tener miedo al cambio, Bernat. Pero piensa en tus hijos. Aquí tendrán oportunidades que nunca habrían soñado en nuestras montañas. Aprenderán a cultivar esta tierra generosa, quizás aprendan oficios nuevos en la ciudad.

    Por un momento, el rostro curtido de Alonso se suavizó, permitiendo entrever al hombre que podría haber sido en tiempos de paz, aquel que soñaba antes de que la guerra moldeara su carácter y endureciera su corazón.

    —Tienes razón —suspiró Bernat, con una mezcla de esperanza y temor—, pero a veces me despierto en mitad de la noche y me pregunto si algún día perteneceremos verdaderamente a este lugar. O si siempre seremos los conquistadores, los extranjeros.

    El cielo comenzaba a teñirse de púrpura y las primeras estrellas aparecían en el horizonte. De las casas cercanas salía el murmullo de conversaciones y el llanto ocasional de algún niño. Una mujer cantaba una nana en árabe, su voz melancólica flotando en el aire como un recordatorio de lo que había sido aquella tierra antes de su llegada.

    —El tiempo lo cambia todo —dijo Alonso con una sabiduría que sorprendió a su propio interlocutor—. Nuestros hijos ya no conocerán otra patria que esta. Hablarán con los mudéjares, comerciarán con los judíos, y con el tiempo todos recordarán la conquista como algo lejano, una historia para contar junto al fuego.

    Su mirada se perdió en el horizonte, como si pudiera ver ese futuro lejano que describía, generaciones que nacerían y morirían en esta tierra, hasta que las heridas de la guerra quedaran sepultadas bajo capas de tiempo compartido.

    —Eso espero —respondió Bernat con sincera preocupación en su voz—. Porque a veces, cuando paso junto a un antiguo dueño de estas tierras y veo el dolor en sus ojos, siento el peso de lo que hemos hecho.

    Se estremeció ligeramente, no por el fresco del anochecer, sino por el peso de la responsabilidad moral que acababa de expresar. No era un pensamiento típico de un conquistador, y por eso nunca lo había compartido con nadie más que con Alonso, quien a pesar de su dureza exterior, entendía las complejidades del corazón humano.

    —No fuimos nosotros quienes decidimos esta guerra, Bernat —respondió Alonso con firmeza, recuperando su postura habitual, la del guerrero que sabe lo que debe hacerse—. Fuimos peones en el tablero del rey. Ahora solo podemos intentar construir algo bueno sobre las cenizas de lo que destruimos.

    Una campana sonó a lo lejos, llamando a la oración vespertina. Al mismo tiempo, desde el minarete de una mezquita aún no convertida en iglesia, se elevó la voz del almuédano llamando a los fieles musulmanes. Los dos sonidos, tan diferentes pero igualmente devotos, se entrelazaban en el aire del atardecer como un símbolo de la compleja realidad que estaban viviendo.

    —¿Crees que algún día habrá paz verdadera entre todos? —preguntó Bernat, observando cómo algunos campesinos se santiguaban al escuchar la llamada musulmana, mientras otros se dirigían discretamente hacia la mezquita.

    Alonso guardó silencio durante largo rato, sopesando la pregunta. Las sombras se alargaban y las primeras luciérnagas comenzaban a parpadear entre los arbustos.

    —No lo sé —respondió finalmente, midiendo sus palabras—. Pero si tratamos a nuestros jornaleros mudéjares con justicia, si respetamos sus costumbres mientras no contradigan nuestra fe, quizás con el tiempo las heridas cicatricen. No podemos deshacer la conquista, pero podemos decidir qué tipo de señores seremos.

    La oscuridad comenzaba a envolver el paisaje, pero los ojos de Alonso brillaban con una determinación que Bernat había visto antes en las batallas. Era la mirada de un hombre que, habiendo sobrevivido a lo peor, se atrevía a esperar lo mejor.

    Bernat se detuvo en el camino, tomando una súbita resolución.

    —Mañana comenzaré a reconstruir la pequeña mezquita que hay en mis tierras. No para que vuelvan a rezar a su dios, sino para convertirla en una ermita donde todos puedan encontrar consuelo. Quizás sea un primer paso.

    Se sorprendió a sí mismo por la decisión espontánea, pero supo que era lo correcto en cuanto las palabras salieron de su boca. Ahora que era señor de tierras, tenía responsabilidades que iban más allá de asegurar buenas cosechas.

    Alonso le miró con una mezcla de respeto y asombro, una leve sonrisa asomando bajo su barba entrecana.

    —Es un buen comienzo, amigo mío. Un buen comienzo.

    Mientras las primeras luces se encendían en las casas de la ciudad reconquistada, iluminando ventanas como estrellas caídas, los dos hombres siguieron su camino, sus siluetas fundiéndose gradualmente con la noche de Valencia, una tierra que aún no era completamente suya, pero que quizás algún día lo sería.

viernes, 4 de abril de 2025

Lecturas para un tiempo no tan libre: Mary Wollstonecraft

  El síndrome de la línea de meta tuerce el gesto de alguien en el pasillo del instituto. Necesitamos esas vacaciones. Unos, para descansar. Otras, para leer a Mary Wollstonecraft en su majestuoso vuelo de liberación intelectual de la mujer en el arranque de la filosofía feminista, allá por el momento histórico de la Revolución Francesa. Si siguiéramos el consejo de Arthur Schopenhauer para leer su libro “El mundo como voluntad y representación”, no leeríamos nunca. Por eso, recomiendo empezar directamente con las dos vindicaciones de nuestra autora y, si engancha el tema, más allá de la polémica, seguir con la referencia de Edmund Burke, padre del liberalismo conservador inglés, teórico al que Wollstonecraft contestaba en su “Carta a Sir Edmund Burke: Vindicación de los derechos del hombre”, publicada en 1790 en la Guerra de los Panfletos como la primera respuesta al texto de Burke sobre la Revolución Francesa.




   Solo dos años después de su Carta, Wollstonecraft publica su “Vindicación de los derechos de la mujer” para producir un gran impacto en toda Europa, iniciando la filosofía feminista y marcando un hito en la transformación social del ser humano, proceso siempre activo y muy necesario de constante impulso. Sin embargo, hay en nuestra sociedad moderna y desarrollada una cierta reticencia a leer obras feministas, a ser feministas, a reclamar igualdad de derechos. Parece que hay miedo a moverse y no salir bien en la foto del respeto social. Ese no era el caso de Wollstonecraft: desde el primer momento muestra una pasión sin la cual no sería posible iniciar un camino tan árido, en solitario. Su corta y apasionada vida, tanto en lo intelectual como en lo sentimental, la elevan a la categoría de persona ejemplar en todos los ámbitos.




   Recomiendo encarecidamente estas dos obras de Mary Wollstonecraft para una lectura paciente y permanente.




Vindicación de los derechos del hombre (1790) (Texto en pdf en inglés)

Vindicación de los derechos de la mujer (1792) (descargar texto en pdf)




Mary Wollstonecraft (1759-1797). Imagen de Filosofía & Co